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MIÉ 09.08.2017 | Noticias

Miguel Hernández y la elegía al portero que no murió

La Universidad de Salamanca nos cuenta la faceta futbolística del poeta Miguel Hernández y la relación que tiene el fútbol con uno de sus poemas.

Noticias

MIÉ 09.08.2017

Se cumplen este 2017 los 75 años de la muerte del poeta Miguel Hernández. Lo “murieron” cuando amanecía el 28 de marzo de 1942 en la enfermería del reformatorio de adultos de Alicante. Una bronquitis mal curada derivó en una tuberculosis que se negaron tratar. Tenía 31 años, y en tan corta vida había sido capaz de alumbrar una de las obras más originales, conmovedoras, fecundas y puras de la lírica española.

Pero no es lugar este –o quizá sí– para hablar de poesía, así que nos centraremos en la figura de Miguel Hernández Gilabert, extremo derecho de un equipo formado por vecinos de Orihuela, su pueblo y el nuestro, conocido popularmente –vaya usted a saber si por su desmedida afición a repartir, no precisamente caramelos– como "La Repartiora". Cuentan que Miguel era tan lento corriendo la banda y tan escasamente diestro con el balón en los pies como rápido y hábil con las palabras, lo que le valió el apodo de Barbacha, que es como llaman por aquellos pagos a una variedad de caracol de tierra muy apreciada en la mesa.

De aquel equipo de amigos, Barbacha apreciaba especialmente a Manuel Soler, Lolo, el portero. Parece que en 1931, durante un partido, de una mala calabazada contra el poste tras un despeje a la salida de un córner, se le abrió la cabeza, "como un sexo femenino" y hubo que coser y vendar aquella "granada de tristeza". Miguel, recalcitrante zumbón, imaginó, en macabra broma, que Lolo había muerto y fichaba como guardameta del equipo del cielo, un nuevo "sampedro", y le escribió la Elegía al guardameta, tejida con estrofas que son un híbrido de lira y quinteto, cuajada de metáforas de tan arriesgada, delirante y sugerente factura como las que dos años después sembraría por las octavas de su genial Perito en lunas.

Así, el árbitro se convierte en "domador de jugadores" o "director de bravura", su silbato, en "grillo de plata", el terreno de juego es "alpiste verde de sosiego de tiza galonado", la portería, "puerta de cáñamo añudado" o "jaulón medio de lino", el portero, "araña parda" (Miguel acuñó la metáfora treinta años antes de que al mítico guardameta ruso Lev Yashin comenzaran a llamarlo "la araña negra"), las banderas de los jueces de línea pasan a ser "delación de las faltas, mensajeras de colores", la aglomeración de jugadores en el área para defender o rematar un córner se define como "tumulto de breves pantalones", la estirada del portero es "pez y fugaz", al balón se le llama "esfera terrenal" o "seno ambulante"… Pero bueno, no es este lugar para hablar de poesía, sino de fútbol, así que vayamos al grano. He aquí el poema:

Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?


En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.


Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.


Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.


Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.


Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.


Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.


Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.


Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.


Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.


Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.


Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.


¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.


Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.


Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.


A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.


El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

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