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MIÉ 14.12.2016 | Noticias

La vida, el fútbol, Benedetti

La Universidad de Salamanca nos muestra el gran influjo del fútbol en muchos de los textos del escritor uruguayo.

Noticias

MIÉ 14.12.2016

Hablamos en su día, refiriendo el origen del término hincha, de la afición de los uruguayos por el fútbol. Citábamos entonces a Eduardo Galeano, autor de alguno de los textos más hermosos sobre nuestro deporte.  Hoy traemos a este espacio a Mario Benedetti, otro escritor oriental, quizá el más conocido,  muchos de cuyos textos están impregnados  de su pasión por el fútbol. Si la literatura es vida y –especialmente para los uruguayos– la vida es fútbol (o viceversa), forzosamente la literatura también habrá de ser fútbol (o viceversa). Y para justificar el silogismo nada mejor que  acudir a esos textos en los que la vida se tiñe de fútbol (o viceversa). 

Incondicional, como Galeano, de los bolsos, el Nacional de Montevideo, eterno rival de los manyas, Peñarol, con este símil romeojulietesco explica Benedetti en su novela Andamios el encendido antagonismo: 

Que un hincha de Peñarol se enamore de un chica de Nacional, o viceversa, puede originar resentimientos familiares de envergadura, que los conviertan en los montescos y capuletos del subdesarrollo.

Exiliado entre 1973 y 1983, la mayor parte de esos años en Madrid, se sirvió del fútbol para seguir viviendo en Uruguay. Así nos lo cuenta en esa misma novela:  

Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol o Nacional o Wanderers o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño. 

Varios fueron los artículos y relatos de tema futbolístico que nos dejó Benedetti: Puntero izquierdoCambalache, El césped… Este último, incluido en la antología Cuentos de fútbol,  es pura lírica, limpia poesía para ponernos la realidad ante los ojos. Empieza así:  

 Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular, aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que, con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de ballet. Quien es derrumbado, cae seguramente en un colchón de plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros, cuando el que se queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos, cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna es tan disfrutable el racimo humano de vencedores como el drama particular de cada vencido (…).” 

También poeta, inmenso, versátil, sorprendente, llevó el fútbol a sus versos, como en este soneto clásico dedicado a Diego Armando Maradona, su gran ídolo, oda –ahora entramos en la épica– al héroe crepuscular: 

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa,
y aunque otros olviden tus festejos
las noches sin amor quedaron lejos
y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta,
no importa lo que digan los espejos,
tus ojos todavía no están viejos
y miran, sin mirar, más de la cuenta. 
Tu esperanza ya sabe su tamaño,
y por eso no habrá quien la destruya,
ya no te sentirás solo ni extraño.
Vida tuya tendrás y muerte tuya,
ha pasado otro año, y otro año,
has ganado a tus sombras, aleluya.

Pero quizá el mejor homenaje que Benedetti le hizo al fútbol sean sus perlas de filosofía futbolística, certeros aforismos, greguerías balompédicas desperdigadas por sus obras y por sus entrevistas, a las que bien podríamos llamar futbolerismos

Un estadio de fútbol vacío es un esqueleto de multitud. 

Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios. 

El fútbol ha interesado a todas las capas sociales, y es quizás el único nivel de nuestra vida ciudadana en que el acaudalado vicepresidente de directorio no tiene a mal hermanarse en el alarido con el paria social. 

La vida y el fútbol (o viceversa), es decir, Benedetti.

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